«A Clara su padre le tenía prohibido jugar con chicos, mandato que no le costaba obedecer durante el periodo escolar porque iba a un colegio de monjas segregado. Lo malo era en verano. Tenía unos doce años cuando una tarde, en la plaza del pueblo, no pudo resistirse a jugar a policías y ladrones con sus amigas y varios chicos. Se estaba divirtiendo tanto, entre los nervios de las carreras y las escaramuzas para no ser atrapada, que no se dio cuenta de la llegada de su padre hasta que la cogió del cuello. Allí mismo, a la vista de todos, le soltó dos sonoras bofetadas sin mediar palabra. Después se la llevó del pelo a casa. Clara lloró hasta agotarse. De miedo y de vergüenza. Estuvo días sin salir a la calle. A partir de entonces no consiguió establecer una relación normal con ninguna persona de otro sexo.»